El más digno sucesor


Tiempo atrás, en el lejano oriente, existió una vez un reino gobernado por un monarca muy sabio. Este monarca tenía tres hijos: Nusayr era el nombre del primogénito, Idhari el del segundo nacido y Saled el del más pequeño. Los tres vivían en los alrededores del palacio natal y todos los días visitaban juntos a su padre, quien les recibía siempre con la mayor de las alegrías, pues el monarca, además de disfrutar de la sabiduría, gozaba de un carácter alegre y vivaz que se acrecentaba ante la presencia de sus hijos. Sin embargo, cierto día en el que los tres fueron recibidos por él, el semblante del monarca transmitía un sentimiento bien distinto. Los príncipes, que se percataron de ello, le preguntaron preocupados:
—¿Acaso hemos hecho algo que os haya molestado, padre?
—No, hijos míos —les respondió el monarca—, siempre he estado muy orgulloso de vosotros y de vuestra conducta. No tengo nada que reprocharos.
—Entonces, ¿qué os inquieta, padre?
—Mi edad, hijos míos, mi edad es lo que me inquieta. Pronto moriré y uno de vosotros ha de sucederme en el trono.
Los príncipes se apenaron muchísimo al escuchar tales palabras y una profunda tristeza sobresalió en la sala real.
—No habéis de entristeceros —les animó el monarca—. Yo siempre estaré con vosotros, de igual modo que mi padre lo está conmigo, y de la misma manera que su padre también estuvo con él hasta su muerte. Es ya el tiempo de que otro antepasado se una a los primeros ancestros, vivos en vuestra sangre. Pero antes de que esto suceda, desearía ver en el trono al que posee mayor virtud para gobernar.
Los tres príncipes, aunque hondamente dolidos, asintieron como muestra de que aceptaban las palabras de su padre en todo su conjunto; los tres eran conscientes de que así debía ser. Uno de ellos debería sucederle en el trono, y debería ser aquel que fuera más digno de su recuerdo.
Nusayr, que era un excepcional guerrero, pensó que tal honor debía corresponderle, ya que ninguno de los tres podría proteger el reino mejor que él. De la misma forma pensó Idhari, ya que en virtud de sus afamadas cualidades de filósofo, consideró que ninguno de los tres podría conseguir un próspero e inmejorable progreso para el reino más que él. Por último, y al contrario que sus dos hermanos, Saled creyó que no debería ser él quien debía gobernar, pues pensó que su juventud no le permitía tener la suficiente experiencia como para ser proclamado el nuevo gobernador del reino.
El monarca, que conocía muy bien a sus hijos, ya había adivinado tiempo atrás lo que en este día pensarían, y ya entonces había visto la verdad en cada uno de los tres pensamientos de los príncipes. Pero, como no había podido decidirse entre sus hijos Nusayr e Idhari, había resuelto que les plantearía una prueba para solucionar el dilema. Así les habló el monarca:
—Hijos míos, durante varios meses he estado dudando entre ti, Nusayr, y entre Idhari, pues Saled es demasiado joven para gobernar...
Los tres príncipes manifestaron su acuerdo con las palabras de su padre con un gesto sincero, y el monarca continuó de este modo:
—Pero como no podía decidirme, he resuelto que partáis en la búsqueda de la parte más maravillosa del mundo y que me traigáis un retrato de ella para que todos admiremos su belleza, y también para que yo así, a través de él, pueda juzgar. Sin embargo, no creo justo excluir a vuestro hermano menor a pesar de su mocedad, ya que ésta es una prueba que determinará el talento que poseéis para gobernar y, por ello, pienso que tanto derecho tiene a participar como vosotros.
—Así lo creemos nosotros también —le dijeron Nusayr e Idhali a su padre con voz veraz.
Dicho esto, el monarca y los tres príncipes se abrazaron y se despidieron. Ese mismo día partieron hacia tierras lejanas conociendo una condición añadida a la prueba: deberían regresar con el retrato antes de que un año pasara...(¿Quieres saber cómo termina el cuento «El más digno sucesor»? Continúa en la colección de cuentos Leyendas de Arabia).