Tic-Tac

Cuentos maravillosos es la cuarta colección de cuentos de Miguel Ángel Villar Pinto.

La colección consta de 3 cuentos: «El barquito de papel», «Tic-Tac» y «La leyenda de los dos tigres».

En «Tic-Tac», un despertador descubrirá lo importante que es sentirse querido y apreciado.

Tic-Tac era un sencillo reloj de mesilla. Aparentemente no tenía problemas en la vida, pues gozaba de buena salud, ocupaba un lugar destacado entre los demás objetos de la casa y, además, era imprescindible; sus dueños le necesitaban para programar con eficacia la jornada.
Sin embargo, soportaba mucha presión. No podía descansar un solo instante porque, de hacerlo, desestabilizaría a los humanos y estos se desharían de él. Ya lo había visto hacer en otras ocasiones. Así pues, su actividad era incesante. Tanto fuera de noche como de día, con el mismo ritmo marcaba segundo tras segundo, minuto tras minuto y hora tras hora. «Tic, tac, tic, tac», era el sonido resultante de su trabajo, de ahí su nombre.
Pero no siempre era apreciado por desempeñar tan descomunal tarea. En el mejor de los casos, cuando tenía que cumplir con su deber de despertar a los humanos, recibía de ellos fuertes golpes en la cabeza. En el peor, le tiraban al suelo. Tic-Tac no comprendía por qué le trataban de esa forma, ya que él solo se limitaba a hacer lo que ellos le pedían, pero así eran las cosas.
Por todo ello, con la excepción de algún otro aparato eléctrico, Tic-Tac envidiaba a todos los demás objetos de la casa, que aunque trabajaban bastante, también descansaban lo suyo. Pero a los que más profundamente envidiaba eran los adornos, tan bonitos y flamantes como ociosos.
—¡Qué suerte tienen! —se decía Tic-Tac.
Mas, pese a todo, era medianamente feliz, así que, cuando vio una mañana venir a sus dueños con otro reloj, sintió un vuelco. Según decían, le iban a sustituir porque el otro reproducía música en vez de los pitidos característicos de Tic-Tac cuando hacía de despertador.
Y así, sin un agradecimiento por los servicios prestados durante años, sin ningún tipo de cariño ni muestra de afecto, con toda frialdad Tic-Tac fue expulsado de la mesilla, le retiraron de su espalda la pila y lo dejaron junto a un montón de cacharros viejos en el desván. Nunca se había sentido tan desgraciado.
Una vez allí, y cuando sus dueños se marcharon, los otros chismes se arremolinaron en torno a él. Sentían curiosidad.
—¿Eres un reloj, verdad? —le preguntó una llave oxidada.
—En efecto —respondió Tic-Tac con los pocos restos de orgullo que le quedaban.
—¿Qué hora es? —quiso saber un pincel sin pelo.
—Las doce del mediodía —contestó Tic-Tac, aunque al haberle separado de su compañera, su mecanismo se había detenido y ciertamente no lo sabía.
—¡Caray —exclamó un tornillo doblado—, todavía tenemos mucho día por delante!
Acto seguido, todos los que allí estaban retomaron sus conversaciones anteriores, todos menos una pila muy gastada, la cual se había quedado cerca de Tic-Tac.
—Me alegro de que estés aquí —le dijo ella.
A Tic-Tac le resultó familiar... (¿Quieres saber cómo termina el cuento «Tic-Tac»? Encontrarás el final en la colección de cuentos Cuentos maravillosos).