Cuentos infantiles de ayer y de hoy es una colección de cuentos de Miguel Ángel Villar Pinto, inspirados en cuentos infantiles famosos.
La colección consta de 11 cuentos infantiles: «Pulgarcito en la gran ciudad», «Blancanieves y los siete influencers», «El flautista de Hamelín», «La Sirenita», «El hombre feliz», «Caperucita Roja», «La foto nueva del emperador», «Pinocho», «Cenicienta», «Alí Babá y los cuarenta hackers» y «Aladino y el móvil maravilloso».
Era principios de verano y, como en tantos otros, se abandonaron muchas mascotas. Gatos y perros principalmente, aunque también animales exóticos como agapornis, capibaras, cacatúas, chinchillas, coballas, dragones barbudos, erizos, hurones, iguanas, liebres patagónicas, ninfas, pitones, salamandras, tortugas o zorros fennec.
Quizá a causa del inicio de las vacaciones, tal vez por no querer o saber sus dueños cuidarlos, o por considerarlos un regalo de navidad con demasiado mantenimiento, aquel año, la ciudad de Hamelín se vio desbordada: las protectoras no daban abasto y los problemas crecían a un ritmo vertiginoso.
La gente no podía sentarse en una terraza sin que aparecieran aves, reptiles o mamíferos hambrientos y les disputaran las consumiciones; en los parques y playas, corrían, volaban y defecaban descontrolados; tampoco era infrecuente que se colaran en las casas por puertas y ventanas; y, por las noches, aullaban, berreaban, chillaban, gritaban, gruñían, ladraban, maullaban, silbaban y siseaban, ¡como si no fuera suficiente el calor para resultar casi imposible quedarse dormido!
Ante tanto alboroto, las quejas se acumularon en la mesa de la alcaldesa y, no pudiendo encontrar solución, decidió ofrecer una cuantiosa suma a quien lo resolviera.
Y, en esto, apareció un funambulista con rastas, mochila y ropa desgastadas. Parecía un vagabundo, y nadie dio crédito cuando afirmó que solventaría la crisis. Por ello, quiso asegurarse y solicitó audiencia con la política.
Esta, aunque se mostró escéptica, pensó que no se perdía nada por intentarlo, con lo que le dijo:
―Si lo consigues, te pagaremos.
Creyendo que así sería, bajó a la plaza del ayuntamiento, sacó una flauta y comenzó a tocarla. Al instante, ante las miradas atónitas de los lugareños, los animales que deambulaban por allí se arremolinaron en torno a él, igual que en las demás partes de la ciudad, por las que pasó sin cesar la atractiva melodía.
Y, de este modo, se alejó de Hamelín y emprendió un largo viaje a través del mundo para devolver a los seres vivos a su hábitat natural. A su regreso, había pasado ya mucho tiempo y comprobó que nadie parecía acordarse de lo que había hecho. Sin embargo, la gobernante seguía siendo la misma, con lo que se presentó en su despacho y solicitó sus honorarios.
―¿Por tocar la flauta? ―se indignó ella.
―Por haber resuelto vuestro problema ―matizó él.
―Las bestias se hubieran ido de todos modos, contigo o sin ti.
Dicho esto, dio por zanjada la discusión y ordenó a los guardias que condujeran al flautista fuera del edificio, al que le prohibieron volver a acercarse.
Aquel día transcurrió con normalidad; pero, ya bien entrada la noche, se volvió a oir en las calles aquella misma melodía de años atrás. Como resultaba agradable y, además, la escucharon solo unos instantes, nadie se levantó de la cama; todos siguieron durmiendo. Sin embargo, a la mañana siguiente, el pánico y la desolación se apoderaron de todos los rincones: ¡los niños habían desaparecido!… (¿Quieres saber cómo termina el cuento «El flautista de Hamelín»? Encontrarás el final en la colección de cuentos Cuentos infantiles de ayer y de hoy).