Cuentos infantiles de ayer y de hoy es una colección de cuentos de Miguel Ángel Villar Pinto, inspirados en cuentos infantiles famosos.

La colección consta de 11 cuentos infantiles: «Pulgarcito en la gran ciudad», «Blancanieves y los siete influencers», «El flautista de Hamelín», «La Sirenita», «El hombre feliz», «Caperucita Roja», «La foto nueva del emperador», «Pinocho», «Cenicienta», «Alí Babá y los cuarenta hackers» y «Aladino y el móvil maravilloso».

Hace no muchos años, había un emperador tan vanidoso que solo aparecía en público cuando se veía totalmente perfecto, lo cual ocurría en muy pocas ocasiones: ojeras y bolsas en los párpados se lo impedían con frecuencia, además de pelos indeseados, manchas, puntos negros, poros y capilares dilatados, rojeces, verrugas o acné en la piel.
Aun así, con tratamientos y cosméticos para disimularlos o eliminarlos, de vez en cuando concedía alguna audiencia o salía a dar un paseo; aunque, desde luego, su preferencia para mostrarse era a través de selfis: ¡qué maravilla compartir en redes sociales solo los mejores, sin que nadie supiera de los restantes! Y, por ello, a esto dedicaba la mayor parte de su tiempo con suma satisfacción.
Sin embargo, tan pronto se dibujó en su rosto la primera arruga, se encerró en su palacio y jamás volvió a salir; desapareció por completo, tanto de la vida digital como analógica. Tampoco permitía que nadie pudiera verlo, con lo que se le tapaban los ojos a cualquiera que fuera a estar en su presencia.
Como cabría esperar, muchos rumores comenzaron a circular hasta que, con el tiempo, llegaron a oídos de un par de estafadores. Estos idearon un plan para enriquecerse a costa del soberano y, ante él, se presentaron haciéndose pasar por magos muy poderosos.
―Conocemos un hechizo por el cual, toda persona inteligente y apta para su cargo, os verá siempre joven y en todo vuestro esplendor ―le dijeron.
―¿Sin imperfección alguna? ―quiso asegurarse el monarca.
―Así es ―confirmaron los pillos.
«¡Un encantamiento prodigioso! ―pensó el emperador―; podría distinguir con facilidad quiénes son estúpidos o ineptos y, librándome de ellos, solo estaría rodeado de personas excelentes que, además, ¡únicamente verían la mejor versión de mí mismo!».
―Sea pues. Pronunciad las palabras mágicas y cobraréis una paga vitalicia, como los más altos dignatarios.
―Nuestro agradecimiento, alteza ―dijeron los embaucadores―. Pero, antes, debemos preparar una pócima con ingredientes muy caros y escasos.
―No es problema. El primer ministro os facilitará todo lo que necesitéis, aparte de recibir un adelanto en pago a vuestros servicios, por supuesto.
De este modo, montaron un laboratorio y simularon empezar a trabajar. Pidieron atún de aleta azul, café de civeta, carne de kobe, caviar Almas, hongos matsutake, melones yubari, patatas bonnotte, queso de alce, sandías densuke y trufas blancas. Por descontado, todo ello lo probaron antes de revenderlo y sustituirlo por productos similares muchísimo más baratos; una vez mezclados, nadie apreciaría la diferencia.
Cuando lo tuvieron, solicitaron una lujosa copa de oro incrustada en joyas, vertieron en ella el brebaje y se presentaron ante el soberano… (¿Quieres saber cómo termina el cuento «La foto nueva del emperador»? Encontrarás el final en la colección de cuentos Cuentos infantiles de ayer y de hoy).