Ériador



No érase una vez la historia de un príncipe que quería ser rey, sino la de un príncipe que algún día renunciaría a su trono. Tampoco es ésta la historia de un héroe que se enfrenta a innumerables peligros para salvar a la mujer que ama, sino la de quien es abandonado por su verdadero amor. Ésta es la historia de un hombre perdido en su propio mundo que, llamado por las voces de sus demontres, se hace fuerte con el fin de sembrar un temor imperecedero.
Muchos dirán que nunca jamás ha existido alguien así, y quizás tengan razón, porque de Ériador lo único que se recuerda es lo que nunca se ha escrito. Nadie sabe con exactitud por qué abandonó su hogar, ni por qué vagó solitario, ni tampoco por qué se mostraba tan despiadado cuando antes había sido alguien tan bondadoso, pero lo cierto es que, con el tiempo, su leyenda creció hasta ser conocida en los mismísimos infiernos.
De un modo especial jamás vuelto a sentir, fue el hombre más odiado por sí mismo, pero siendo consciente de lo que tenía que hacer si quería subsistir en aquellas lejanas tierras, aprendió a amar a ese demonio que había nacido en él.
Muy lejos quedaba ya su hogar, que para él había dejado de existir, cuando se le podía ver siempre solo al frente de un temible ejército, de subordinados que, como él, únicamente entendían el lenguaje de la fuerza y la sangre. Pero, incluso para alguien así, existe el pasado.
Todo comenzó en la capital de un imperio de oriente que, hasta hacía muy poco, había saboreado la prosperidad. Este imperio era conocido por el nombre de Valtala, y en la corte real, todos apelaban a la misericordia divina, pues el emperador yacía malsano sobre un lecho del que ya ningún doctor podía librarle. Mientras tanto, el imperio se precipitaba a la decadencia. De norte a sur, y de este a oeste, la adversidad corría como la muerte. Las cosechas estaban arruinadas. El comercio, deteriorado. El bandolerismo, multiplicado. Las arcas de palacio, vacías. Y una guerra no hacía más que esperar su estado de gracia. Una serie de tribus bárbaras amenazaban con invadir las tierras del este.
Al mediodía redoblaron las campanas. El emperador había muerto. Fue entonces cuando Ériador, su único hijo, fue proclamado sucesor…(¿Quieres saber cómo termina el cuento «Ériador»? Continúa en la colección de cuentos Leyendas de Arabia).