Elisa y los animales del bosque


El puercoespín Rasperín estaba cansado de su vida cotidiana, por lo que un día decidió emprender un viaje con el fin de distraerse.
—Visitaré las fragas de Eriasir —se dijo—. He oído que son preciosas.
Así pues, tomó el camino hacia el sur y, andando con paso lento pero alegre, al cabo de una semana llegó hasta el bosque vecino.
Allí se encontró con un caracol, una rana y un pavo real que mantenían una animada conversación. Rasperín se acercó a ellos.
—Buenos días —les dijo—. ¿Son éstas las fragas de Eriasir?
El caracol, la rana y el pavo real se giraron y miraron para el puercoespín asombrados. Nunca habían visto a un animal con tal apariencia.
—Así es —respondió el pavo real.
—¡Estupendo! —exclamó Rasperín—. Estoy de vacaciones, y quisiera ver el río y el gran lago. ¿Me pueden decir en qué dirección se encuentran?
—¡Pobre! —dijo el caracol mirando a sus compañeros—. ¡No sabe dónde se ha metido!
—¡Y además, con ese aspecto…! —añadió la rana.
—Sí. Como se encuentre con ella… —continuó el pavo real.
Rasperín, que no entendía nada, les interrumpió.
—Disculpen, pero ¿se puede saber de qué están hablando?
—De algo más peligroso que un lobo —respondió el caracol.
—Un lobo es poca cosa —señaló la rana—. Prefiero encontrarme antes con un oso que con ella.
Rasperín estaba cada vez más confuso e intranquilo. ¿A qué se referirían?
—Hablamos de una niña —explicó el pavo real—, tan devastadora como un huracán. Se llama Elisa. ¡Dios nos libre de tropezar con ella!
Dicho esto, el caracol, la rana y el pavo real se santiguaron ante la mirada perpleja del puercoespín. Razones no les faltaban para reaccionar de esta manera. Si hubieran tenido tiempo, cada uno le habría referido a Rasperín su terrible experiencia con Elisa.
El caracol le habría contado que una tarde, mientras paseaba cerca del río, tuvo la mala suerte de toparse con ella. Al parecer, el rastro húmedo que dejaba en el suelo hizo pensar a la niña que se trataba de un pez, pues ésta había dicho:
—¡Pobrecito! Alguien lo ha sacado del agua. Si no lo devuelvo rápido a ella, morirá.
Aun sin haber terminado de pronunciar estas palabras, le había cogido del suelo y, antes de que pudiera darse cuenta, el caracol estaba volando hacia la superficie del río.
—¡Nada pececillo, nada! —le había oído decir mientras él se hundía en el agua.
—Menos mal que caí cerca de la orilla —habría dicho seguramente el caracol, ya que siempre que contaba esta historia, la terminaba del mismo modo—. Conseguí trepar por las raíces de un árbol, pero ¡casi me ahogo!
Si el caracol, la rana y el pavo real no se hubieran alarmado ante unos pasos cortos en la distancia, a continuación la rana habría comentado que Elisa, habiéndola oído croar, interpretó que se estaba ahogando, por lo que la sacó del estanque donde estaba, le dio la vuelta, y le propinó unas fuertes palmadas hasta que casi perdió la respiración. Le costó tres semanas recuperarse de los golpes.
Por último, el pavo real habría explicado que a él le confundió con un pollo, y como Elisa pensó que su larga cola tenía que ser un estorbo, le arrancó pluma por pluma hasta que se quedó sin ella. ¡Cuánto se habían reído de él el resto de los animales cuando le vieron aparecer con las plumas en la mano! Tuvo que esperar dos meses para recobrarse.
Pero Rasperín no pudo escuchar ninguna de estas tres historias porque, a la vez que la brisa traía consigo un tarareo, el caracol, la rana y el pavo real corrían a más no poder hacia sus escondites. El puercoespín, que aún no era consciente del verdadero peligro que se acercaba, vaciló un instante y se quedó sin saber qué hacer.
—¡La, la, la, la! —venía canturreando Elisa quien, al ver a Rasperín, se detuvo y exclamó—: ¡Uaaaah! ¡Qué ardilla más rara!... (¿Quieres saber cómo termina el cuento «Elisa y los animales del bosque»? Continúa en la colección de cuentos Los bosques perdidos).